martes, 9 de febrero de 2016
Fred Hersch y la preocupación por el sonido
jueves, 7 de enero de 2016
Paul Bley: “Un piano solo es un piano si creemos que lo es”
domingo, 15 de enero de 2012
Entrevista a Ken Vandermark
(Fotografías de César Merino)
(entrevista en català)
Si echamos un vistazo a su agenda de conciertos, podríamos decir que los espacios naturales para mantener una charla relajada con Ken Vandermark son, principalmente, un club, la sala de espera de un aeropuerto o el vestíbulo de un hotel. Y en un vestíbulo, el del Hotel Cornavin, de Ginebra, tuvo lugar esta charla. Es jueves. Vandermark acaba de llegar a Ginebra vía Londres. Ahí ha actuado, durante dos noches, con Fire Room [Ken Vandermark – saxo y clarinete; Lasse Marhaug – electrónica; Paal Nilssen-Love- batería], el grupo con el que se presenta esta noche en el AMR, antes de volver a poner rumbo a Barcelona, donde estuvo hace literalmente 4 días con Made to Break, para actuar esta vez en el marco del Primavera Club.
¿Qué es Fire Room? ¿Qué tipo de problemas aborda el trío?
En cierto sentido, Fire Room es un producto de The Territory Band. Hace unos años, organizamos una serie de conciertos del grupo en Chicago en los que, además de tocar toda la formación, también creamos pequeños grupos a partir de los integrantes de The Territory Band, y Lasse dio un concierto en solitario que me dejó anonadado. Hizo cosas que me parecieron sumamente interesantes, y tuve la sensación de que estaba mostrando un camino que se podía explorar con un grupo de pequeño formato. Lo hablé con Paal y con Lasse y ambos se mostraron de acuerdo. La música de Fire Room es totalmente improvisada. La formación musical de Lasse no tiene nada que ver con la mía o con la de Paal, pero manipula la electrónica de una manera muy musical. El grupo trabaja, entre otros, con el concepto de transiciones no resueltas, explora ideas como el conflicto o el collage en lugar de seguir un desarrollo musical orgánico y lineal, porque creo que, cuando la música improvisada incorpora la electrónica, a menudo el resultado obedece más a un planteamiento gradual, progresivo, pero Lasse escapa a este estereotipo. Con Fire Room quería explorar distintos caminos, tomar uno y abandonarlo, tomar otro y abandonarlo, y así sucesivamente, y ver adónde nos podía llevar todo eso. También es cierto que nuestra música cambia constantemente porque a menudo pasa mucho tiempo entre una gira y otra. Aun así, a día de hoy sigo teniendo la impresión de que, con Fire Room, todavía estamos en una etapa muy inicial de la evolución del grupo.
El conflicto al que te referías anteriormente también podría ser de otro tipo, dado que tu relación profesional con Paal Nilssen-Love es más frecuente. ¿Cómo se incorpora a un grupo en el que ya hay una unidad muy acostumbrada a tocar juntos en situaciones acústicas un tercer miembro que, además, viene de otro universo?
Es cierto que esto podría plantear otro conflicto, porque la relación profesional con Lasse no es tan habitual como mi relación profesional con Paal, pero en este caso me interesaba explorar sobre todo las posibilidades de este grupo con la música que interpretamos. La personalidad musical de Lasse no tiene nada que ver con mi personalidad musical, o con la de Paal, y yo nunca he visto este grupo como una especie de extensión del dúo o de cualquier otro proyecto en el que toque con Paal. Cada contexto tiene sus propias características y plantea unos problemas estrictamente musicales. Por ejemplo, durante los dos primeros conciertos de la gira anterior, me sentí perdido porque habían desaparecido muchos de mis puntos de referencia cuando toco con otros músicos. Lasse y Paal tienen menos problemas en este sentido porque existe una especie de relación simbiótica entre la electrónica y la percusión, y porque una parte importante de lo que tocan no está relacionado con la altura de las notas, sino que trabajan más con texturas y ritmos, pero si tocas el saxo o el clarinete en este contexto y estás rodeado de músicos que trabajan con conceptos rítmicos de una manera muy abstracta, de repente puedes sentirte perdido y descubrir que las mismas estrategias que emplearías en otro contexto aquí no tienen sentido. Este grupo me ha permitido descubrir que puedo adoptar otra actitud: que no es necesario que resuelva los problemas que se me presentan en otras situaciones musicales, que si planteo unas ideas claras junto a lo que ellos están haciendo, las cosas funcionan, que no es necesario que vayamos los tres todos a una, que puedo dejar de tocar o entrar más tarde en la música. Una de las cosas que más me gustan de este trío, de esta voluntad de llevar las cosas al extremo, de querer explorar terrenos en los que no sabemos qué encontraremos ni si funcionará lo que planteamos, es que los conceptos de riesgo y sorpresa, dos de los motivos fundamentales por los que toco música improvisada, están permanentemente ahí. Con Fire Room, a menudo me invade esta sensación de incertidumbre, de no saber si pasarán cosas o no, pero al mismo tiempo no me puedo permitir el lujo de dejar que estos pensamientos me dominen, y los resultados suelen ser muy extremos y muy interesantes.
Por lo tanto, Fire Room es todo un reto personal.
Así es. Tal vez mis compañeros lo vean de otra manera pero, para mí, Fire Room y Lean Left son los dos grupos en los que me siento más perdido, por así decirlo, porque trabajamos con unos volúmenes a los que no estoy acostumbrado. Por su propia naturaleza, el 50% de lo que puedes hacer con un instrumento acústico está por debajo de mezzoforte, así que si empiezas en forte y vas hasta triple forte, pierdes mucha capacidad expresiva. Me siento como si subiera al escenario con una mano atada a la espalda y los ojos vendados, porque durante el 80% de la actuación tocamos a un volumen al que no estoy habituado, pero también es una situación muy estimulante porque sabes que estás adentrándote en terrenos desconocidos, y sientes que pasan cosas, aunque no seas capaz de explicarlas, que hay una cierta tensión y que, al mismo tiempo, la energía fluye, y aunque no sabes adónde te va a conducir todo esto, la única manera de llegar hasta el final es si estás dispuesto a fracasar.
Sin embargo, creo que no queda otra que aceptar este riesgo si tocas música improvisada, porque se trata de una música en la que nunca puedes asegurar que vayas a resolver estas tensiones.
Así es cuando tocas con gente que está dispuesta a ir al límite, que acepta tomar este riesgo e ir hasta las últimas consecuencias, pero existen otras escuelas de pensamiento en la música improvisada y otros planteamientos estilísticos, y te puedo asegurar que he asistido a conciertos de música improvisada en los que, aunque los músicos eran muy profesionales y tocaban muy bien, me he aburrido porque todo lo que sucedía sobre el escenario era previsible. Parecía como si todos los músicos hablaran muy bien la misma lengua pero aquella conversación no llevara a ningún sitio. Además, podías adivinar qué iba a suceder, y cuando empiezas a predecir qué sucederá en una situación improvisada, qué lenguaje utilizan, cuáles son sus referentes, desaparece ese elemento de sorpresa que convierte esta música en una experiencia altamente estimulante. Es evidente que es imposible improvisarlo todo cada noche, sería como querer inventar cada noche un vocabulario nuevo, es humanamente imposible, pero puedes trabajar con las herramientas que tienes a tu alcance para intentar explorar nuevos terrenos. Tal vez por esto he decidido que quiero formar parte de una situación en la que no sé qué está pasando, o en la que las herramientas para enfrentarme a ella no son las ideales para mi instrumento o para mis capacidades. El quid de la cuestión en la música improvisada no es dar un concierto “profesional”, sino asumir riesgos y ver adónde nos lleva la música, y encontrar la complicidad de un público dispuesto a seguirte en este camino. Por ejemplo, hemos llegado de Londres, donde hemos dado dos conciertos. En la primera noche, tuve la sensación de que mucha gente creía que haríamos una improvisación más tradicional, que tocaríamos una música más próxima al free jazz, y de repente se encontraron con esta música y a un volumen altísimo; en la segunda noche, el público era más joven, y tal vez estaban más familiarizados con la música de Lasse, pero lo cierto es que la conexión fue mucho más intensa que la que hubo durante la primera noche, y era evidente que el riesgo de explorar unos terrenos desconocidos formaba parte de la experiencia musical que estábamos viviendo.
Pero no es fácil dar este paso, optar por una postura más radical.
Cualquier actividad creativa te obliga a tomar este tipo de decisiones. A mí siempre me ha parecido más interesante el camino de la libertad artística, decidir qué quiero hacer y asumir las consecuencias. Creo que tuve muy claro ya desde muy pronto que quería tocar esta música, y que quería tocar con el mismo nivel de compromiso que había visto de joven en gente como Joe Albany o Joe Morris, y sé que eso implicará que nunca tendré un público muy numeroso. Un artista no es una persona que intenta recrear algo del pasado, sino una persona que aspira a crear. Y es cierto que ahora la situación es complicada, pero siempre ha sido así, no nos engañemos: Peter Brotzmann me contaba que, cuando empezaron, prácticamente no tenían trabajo, porque lo que hacían era muy radical, y salvo los conciertos que les organizaba alguien en la radio alemana, el resto del tiempo se morían de hambre; y aun así, ellos seguían adelante porque lo que hacían seguía cautivándolos y despertando su interés.
Antes hablabas de los dos conciertos que acabáis de dar en Londres, y decías que, en la primera noche, tuviste la sensación de que había gente entre el público que esperaba un concierto distinto, tal vez más próximo a la música que tocas en tu dúo con Paal. Al participar en tantos proyectos, ¿tienes a menudo la impresión de que el público espera de ti una música determinada, con independencia del grupo al que hayan ido a ver?
Sí, creo que el público siempre espera que haga algo concreto. Y lo entiendo, porque poner etiquetas forma parte de la naturaleza humana, pero es evidente que nadie que hace este trabajo quiere que lo reduzcan a un calificativo, porque va en contra de esta idea de libertad artística a la que me refería anteriormente. Quiero tomar decisiones, explorar nuevos caminos, y no pienso renunciar a este tipo de cosas, así que el público ha de decidir si me quiere acompañar o no en este viaje. Hace unos años empecé a ser consciente de que tenía que ser más cuidadoso con las decisiones que tomaba y con qué transmitían al público esas decisiones porque, si quiero mantener este grado de libertad, el público debe saber que esto forma parte de lo que se van a encontrar si me siguen. Por ejemplo, durante años estuve grabando con The Vandermark 5 un repertorio basado en los clásicos del free jazz, hasta que me di cuenta de que la gente me preguntaba por el siguiente volumen o que los críticos hablaban de aquellos discos citando precedentes. Carla Bley había tocado alguna de aquellas piezas, o Sonny Rollins, y así fue como entendí que no podía seguir haciéndolo. Si la gente cree que mi punto de referencia es Sonny Rollins, tenemos un problema, porque mi punto de referencia debo ser yo. Así que decidí dejar de hacer aquellas grabaciones, y de hecho el año pasado decidí disolver el grupo, no sólo por ese motivo, pero tuvo que ver. No quiero que ninguno de mis grupos se convierta en una obligación, y empezaba a tener la sensación de que la gente veía The Vandermark 5 como mi grupo principal y que el resto de cosas que hacía eran secundarias, y yo nunca lo he visto así: The Vandermark 5 no era un punto de partida, sino un grupo que llevaba mi nombre, pero para mí era tan importante como el resto de proyectos en los que participo. Recuerdo que, cuando decidí disolver el grupo, un músico excelente con el que trabajo a menudo y que también es amigo mío me dijo: “Menuda sorpresa, porque The Vandermark 5 se había convertido en una marca”. En aquel momento, sentí que había tomado la decisión correcta, porque esto es lo que quiero evitar. También creo que, pese a estas expectativas del público, en Europa la gente ha tardado menos en entender que yo podía ser muchas cosas distintas, y vienen a ver a todos los grupos, aunque estilísticamente no tengan nada que ver.
Hablando de puntos de referencia, en tus composiciones, a menudo encontramos una dedicatoria a otro artista. ¿Cuál es el origen y el proceso de estas dedicatorias?
No existe una relación estética entre la pieza y la persona a la que se la dedico. Es decir, si dedico la pieza a un músico, no intento versionar su música, o si dedico la pieza a un cineasta no quiero que se entienda como una suerte de interpretación abstracta de una de sus películas. La respuesta es mucho más sencilla: todos esos nombres han tenido una cierta influencia en mí, y estos temas no son sino una especie de agradecimiento. Fue Anthony Braxton quien me inspiró esta idea. Por ejemplo, descubrí a Stockhausen a raíz del interés de Braxton por Stockhausen. Y toda la información que recibía de Braxton me estaba ayudando a descubrir un montón de cosas que desconocía y, aunque no me quiero comparar con él, creo que estas dedicatorias son una manera de decirle a la gente que sigue mi trabajo qué artistas me interesan. Y mucha gente me ha dicho que, a raíz de estas dedicatorias, habían descubierto a esos otros artistas, y tal vez por eso sigo haciéndolo, porque siempre he creído que todas las ramas del arte están relacionadas, y siempre he sentido curiosidad, por ejemplo, por ver cómo resolvía otro artista un problema determinado, porque muchos de estos problemas se parecen y porque también puede haber paralelismos en las soluciones.
Hace algunos años, participaste en un proyecto sobre la obra de Beckett, con motivo del centenario de su nacimiento. Ahora formas parte de un grupo liderado por Christoph Kurzmann que trabaja sobre poemas de Alejandra Pizarnik. Eres fotógrafo aficionado. A menudo hablas de otras manifestaciones artísticas… Tus intereses van más allá de la música.
Creo que sí. Empecé a hacer fotos porque, cuando estás de gira, hay mucho tiempo en el que no tienes nada que hacer, y descubrí que hacer fotos me ayudaba, de una manera muy modesta, a abordar algunos de los problemas visuales que me parecen muy interesantes en el campo de la pintura, en particular en los pintores de la escuela de Nueva York. Tal vez uso la palaba “artista” para definirme por cosas como los proyectos sobre Beckett o Pizarnik, aunque pueda parecer muy pretencioso, porque lo que me interesa no se limita a la música. Puede que el mejor ejemplo de lo que estoy intentando explicar sea Peter Brotzmann, que es un músico y un artista visual extraordinario, y que ha conseguido plasmar, tanto en sus cuadros como en su música, su visión del mundo, y tal vez yo intento, a mi manera, abordar ese mismo problema.
domingo, 8 de mayo de 2011
Entrevista a Colin Vallon
domingo, 14 de noviembre de 2010
Entrevista a Pep Salazar
(imágenes cedidas por L'Auditori y ECM·Barcelona L'Auditori Series. Haga clic aquí para la versión en catalán de la entrevista)
Durante el curso 2008-2009, nació en Barcelona una nueva iniciativa musical con un hilo conductor muy claro: ECM·Barcelona L’Auditori Series aspira a hacer de la ciudad condal en el escaparate de la tarea que, durante más de 40 años, ha llevado a cabo una de las discográficas de referencia del panorama europeo, el sello alemán ECM. En los dos años de vida de la temporada, han pasado por L’Auditori nombres como Tomasz Stanko, Norma Winstone, Enrico Rava o Anouar Brahem. A punto de comenzar la tercera edición de este ciclo, hablamos con Pep Salazar, uno de sus directores artísticos.
¿Qué balance podemos hacer de estos primeros dos años de vida y cómo se presenta la nueva temporada?
Artísticamente, el balance es muy positivo por muchos motivos. Pusimos en marcha el ciclo porque veíamos que había un vacío en la programación musical de Barcelona y hemos conseguido llenarlo con proyectos nuevos, como el dúo de Ralph Towner y Paolo Fresu, que presentamos el año pasado, o con conciertos que tenemos preparados para esta edición. Además de la vertiente artística, también hay que destacar que hemos conseguido cerrar acuerdos de colaboración con otros festivales y entidades. Este año, la temporada colabora con el festival In-Edit, con la proyección del documental Sounds & Silence, y volvemos a hacerlo con el Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona, incorporando dos conciertos de nuestra temporada a su programación. Por lo tanto, la vía artística y la vía de la creación de red en el panorama cultural barcelonés han sido muy positivas. Desgraciadamente, no podemos decir lo mismo desde el punto de vista económico y del público. Aunque es un ciclo muy artístico y su prioridad no es la generación de beneficios, es cierto que, como mínimo, ha de generar los recursos para autofinanciarse, y eso es algo que todavía nos cuesta.
Uno de los grandes méritos de la temporada es haber conseguido la implicación de una discográfica que es bastante reticente a prestar su marca a iniciativas de terceros. ¿Cómo lo conseguisteis?
Convencimos a Manfred [Eicher] visitándolo. Primero, desde Zero4 convencimos a L’Auditori, que es la entidad pública que acoge los conciertos, y juntos fuimos a Munich para ver a Manfred. No lo conocíamos de nada, y nos plantamos ahí para contarle el proyecto. Inicialmente, no entendía qué nos movía, por qué queríamos promocionar su música de una manera tan poco comprometida para él, pero en cuanto le explicamos la relación de Barcelona con el jazz, la existencia aquí de un público seguidor de su música, lo entendió mejor. También influyó que los conciertos se celebrarían en un espacio como L’Auditori y que lo visitamos en un momento, hace 3 años, en el que otros promotores de otras partes del mundo le estaban haciendo propuestas similares, tal vez no de temporadas estables, pero sí de pequeños festivales en Grecia, Italia, Suiza… Coincidieron varios factores: un buen momento de la discográfica, un buen momento en términos de producción musical del sello y un buen momento desde el punto de vista de la promoción de la música en Barcelona.
¿Qué implicación pedisteis a ECM?
Les dijimos que simplemente nos interesaba conocer su calendario de novedades para poder preparar los conciertos y, así, avanzarnos a las programaciones más estándards y huir de las giras. Creo que eso les gustó porque les permitía mostrar en directo cosas que, tal vez, no podrían verse. Por eso, en la programación se han alternado las novedades con los proyectos más antiguos que todavía no se habían podido ver en directo. Además, entendemos el sonido ECM en toda su complejidad, por eso no nos hemos querido limitar solamente al jazz, sino que también hemos programado algunos conciertos que se enmarcan en este subsello que tienen para comercializar propuestas de música clásica o contemporánea, las “New Series”, pero lo cierto es que nuestra prioridad como promotores es, fundamentalmente, la vertientes jazzística de ECM.
Hay una tercera línea de trabajo de ECM, mucho más minoritaria, que prácticamente no ha tenido presencia en la temporada, las músicas del mundo...
De momento no tenemos previsto incorporarlas porque consideramos que ya hay propuestas de músicas del mundo muy claras y muy definidas, y porque todavía hemos de convencer al público de que ECM también es música contemporánea. En este sentido, vamos poco a poco, aunque también somos algo osados. Este año la temporada explora por vez primera otro ámbito de acción de la discográfica, la relación de la música con el cine, no sólo con el documental que se ha proyectado en el In-Edit, sino también con el concierto del Tarkovsky Quartet, el grupo de François Couturier con el añadido de Anja Lechner.
Una cosa que se echa de menos en la programación de este año es la presencia de músicos locales. El primer año, pedisteis a Agustí Fernández que se inventara un trío con Barry Guy y Marilyn Crispell para cerrar la temporada; el año pasado, Kim Kashkashian actuó junto a la orquesta Barcelona 216...
Desde el principio, quisimos que la temporada sirviera también para que ECM conociera la realidad musical de aquí y, tal vez, para conseguir que músicos locales pudieran acabar grabando para el sello. Es una tarea muy compleja porque, dejando de lado que ellos producen tanta música que prácticamente no tienen tiempo para escuchar otras cosas, primero hemos de hacer que conozcan lo que está pasando musicalmente hablando aquí, y eso no es algo que se pueda conseguir pasando un par de días en la ciudad y viendo algún concierto.
¿Son conscientes en ECM de este vuestro deseo?
Totalmente, porque nunca se lo hemos ocultado. Y, en honor a la verdad, hemos recibido una respuesta muy positiva en un caso concreto, el de la orquesta Barcelona 216 porque, además, entra entre las prioridades que tiene ahora Manfred, que son la música contemporánea y la música escrita. Cuando vino el año pasado a ver el concierto de la Barcelona 216 con Kim Kashkashian, vio que era una orquesta muy potente y con mucha capacidad para grabar sus músicas. En este sentido, se plantea un problema adicional: el ritmo de trabajo de ECM es muy pausado. No es una discográfica comercial que trabaje con prisas, sino que elabora proyectos muy artesanales que, inevitablemente, se dilatan mucho en el tiempo, cosa que, en cierto sentido, nos traslada la presión a nosotros como promotores, ya que hemos de aguantar unos años más para ver el fruto de este trabajo. Tenemos un compromiso trienal renovable con ECM y L’Auditori, porque un ciclo como este no se puede evaluar en una sola temporada, y ésta que empieza ahora es, en cierto sentido, la prueba de fuego. Sabemos que, artísticamente, el ciclo es inmejorable, pero todavía nos falta una respuesta más contundente de otros agentes.
El problema estriba, tal vez, en que, aunque ECM es una discográfica de muchísimo prestigio, siempre ha sido relativamente difícil conseguir que su música llegara a un público que va más allá de los seguidores del sello. Es como si existiera una barrera invisible que aleja al espectador.
Es muy complicado. Podemos explicar qué hacemos, qué artistas vienen, redactar textos introductorios, pero es que, hoy, la gente tiene miedo incluso a entrar en el texto, porque vivimos en una sociedad basada en los impactos visuales. Creo que, en el caso de nuestra temporada, es más importante crear una red con otras iniciativas, como hemos hecho con el In-Edit o haremos con el Festival de Jazz de Barcelona, porque eso puede permitirnos trasladar la información a más público. ECM, además, es una marca tan potente en algunos países de Europa que les cuesta entender que aquí prácticamente hemos de trabajar desde cero. Dicho esto, que con motivo de la primera temporada viniera Manfred a Barcelona para participar en una rueda de prensa fue casi algo insólito, porque hacía años que no participaba en ruedas de prensa.
¿Cómo trabajáis para trasladar todo esto al público?
Hemos intentando hacer acciones tradicionales, como flyers o carteles, pero hemos comprobado que no funcionan. Los carteles funcionan en otro sentido, sirven para captar ayudas, complicidades, pero no ayudan a captar público. Aprovechamos el mailing de Els Amics de L’Auditori, tenemos un patrocinio de El País, porque consideramos que sus lectores son nuestro target de público... Hay otro problema, y es que la distribuidora local no ayuda en absoluto: es cierto que la venta de discos se está perdiendo y que cada vez hay menos tiendas, pero es que los puntos de venta de discos simplemente no reciben el material de ECM porque la distribuidora no lo envía, y no deja de ser paradójico que organicemos un ciclo exclusivamente con artistas de una discográfica, que trabaja con una distribuidora cuya sede está en Barcelona, y que no se detecte más presencia de este material en las tiendas.
Desde el principio, habéis defendido un modelo de temporada muy concentrado en el tiempo.
Sí, pero esa decisión también responde a una política de concentración de recursos y a que esta no es la única actividad musical de la ciudad. Hemos estirado demasiado el chicle del público y no hay gente para tanta oferta.
Los conciertos de la temporada 2010-2011, según Pep Salazar
(todos los conciertos, salvo el de Colin Vallon, se celebrarán en la Sala 2 de L’Auditori y empezarán a las 20.30h. El de Colin Vallon se celebrará en la Sala 3 de L’Auditori y empezará a las 21h.)
Charles Lloyd Quartet (16 de noviembre)
“Es un concierto de referencia. De hecho, ya sería un concierto de referencia dentro de cualquier festival, pero que esté dentro del envoltorio del Festival de Jazz de Barcelona y de nuestra temporada lo convierte en uno de los conciertos de referencia del curso musical en Barcelona”.
Louis Sclavis (24 de noviembre)
“Este quinteto de free es, tal vez, la cara más arriesgada de ECM. Va en la línea de las músicas que suele presentar en Barcelona Arco Y Flecha, y aquí tal vez habríamos tenido que trabajar con ellos para sumar una nueva pata a nuestro proyecto. El concierto de Louis Sclavis es uno de esos conciertos que, si no existiera una temporada como la nuestra, sería muy difícil ver en Barcelona”.
Steve Kuhn (1 de febrero)
“Steve Kuhn ha sido una obsesión desde que pusimos en marcha el ciclo, porque es un músico de referencia que, curiosamente, nunca ha actuado en Barcelona. Este concierto tendrá un valor añadido: podremos comprobar que no todo el piano que graba ECM va en la línea de Jarrett o de Tord Gustavsen, sino que hay otras voces”.
Tarkovsky Quartet (22 de marzo)
“Esta propuesta nos vino directamente de ECM. Es un proyecto arriesgado que vincula la música al cine y que resume perfectamente todos los intereses artísticos de Manfred Eicher. Desgraciadamente, en Barcelona no podremos presentarlo con las proyecciones que suelen acompañarlo”.
Colin Vallon Trio (10 de mayo)
“Me parece todo un lujo poder presentar en Barcelona a este trío. Ya han grabado para ECM, pero su disco no saldrá a la venta hasta, aproximadamente, la fecha del concierto. Con esta actuación, además, daremos al público de Barcelona la oportunidad de ver qué hacen los jóvenes de otras partes de Europa”.